Prosiguiendo en la narración de mi inclinación [nótese que esta palabra terminó
por comprobar mis sospechas], de que os quiero dar entera noticia, digo que no
había cumplido los tres años de mi edad cuando, enviando mi madre a una hermana
mía mayor que yo a que se enseñase a leer en una de las que llaman amigas, me
llevó a mí tras ella el cariño y la travesura [estas últimas palabras
alimentaron mucho más mi curiosidad].
Sin embargo, inmediatamente después de esas líneas, toda mi ilusión quedó extinguida al darme por enterado con entera certeza de la inclinación y desenfrenado amor que atormentaba a Juana Inés: el amor por el conocimiento. Después de esta revelación fue que pude entender y justificar el derroche expresivo de tal retahíla. Juana Inés es una verdadera representante del arte de la retórica y un modelo ejemplar a seguir. La carta de Juana Inés muestra de principio a fin cómo es que su devoción amorosa por el arte de conocer la llevó a poseer tal discernimiento sobre diversas ciencias. La carta en sí muestra a Juana Inés como persona instruida bajo el sistema de enseñanza tradicional de su época. Tal sistema constaba básicamente en dos partes: el Trivium, la primera de las partes, se dedicaba a ilustrar a los discípulos en las artes de la gramática, la retórica y la lógica; mientras que el Quadrivium o segunda parte del proceso educativo, se concentraba en los asuntos de matemáticas, música, astrología y geografía. Creo que después de leer el texto de Juana Inés, lo que digo aquí queda más que explicado.